José y Roque eran dos hermanos. José tenía ocho años
y Roque seis, por lo que raramente se quedaban solos en casa. Su casa era
pequeña y estaba alejada del pueblo, por eso el día en el que, por necesidad,
tuvieron que quedarse solos, no hubo nadie que pudiese dar testimonio de lo que
allí ocurrió.
Aquel día, poco antes del amanecer, su padre, un
recio campesino un poco corto de entendederas, se levantó para ir a trabajar, y
ya no volvería hasta que los últimos rayos de sol tiñeran de sangre y oro el
campo. Un poco más tarde su madre, una mujer que en otro tiempo pudo ser guapa,
pero que ahora estaba destrozada por el sol y el trabajo, después de darles un
beso a cada uno les dijo que no iba a poder estar en casa en todo el día, por
lo que tenían que portarse bien.
Después de que su madre se fuera, ellos comenzaron a
realizar sus tareas diarias. Después de comer, y en vista de que todavía hacía
buen tiempo, sacaron dos mantas viejas a la puerta de casa y las colocaron bajo
un pino que daba buena sombra.
Los dos hermanos pronto entraron en un sueño
intranquilo, quizá debido al calor pegajoso que había, despertando poco después
a causa de un fuerte ruido. Ambos abrieron los ojos, nerviosos, pues no
reconocían el ruido que les había despertado. Medio dormidos todavía, se
arrastraron por debajo de las ramas del pino y, lo que vieron, nunca se les
borraría de la mente.
Ante la puerta de su casa había un hombre que
parecía normal, quizá un poco bajito y ancho, pero no había nada raro en su aspecto.
El hombre golpeaba la puerta de su casa, mientras que su compañero esperaba
sentado en algo parecido a un coche, aunque por aquel entonces ellos no sabían
lo que era, ya que no verían un automóvil hasta casi el final de sus vidas.
Los dos niños, en un primer momento, desconfiaron de
ellos, pero poco a poco los dos hombres comenzaron a ganarse su respeto, y al
final José abrió la puerta, permitiéndoles pasar.
El interior de la casa era fresco y los niños se
apresuraron a coger agua de las jarras de barro y ofrecérsela a los dos
viajeros, que rehusaron comer o beber nada. Tampoco se sentaron. Los dos
hombres permanecieron toda la tarde de pie en la cocina, contándoles historias
maravillosas de los supuestos países que habían visitado, convenciendo a los
dos hermanos de que, en el futuro, ellos también podrían verlos.
El día iba llegando a su fin, y uno de los dos niños
dijo que sus padres no tardarían en llegar. Ante este comentario los dos
hombres se miraron y, de pronto, desaparecieron en una densa nube de humo junto
con su extraño artefacto.
Cuando los padres de José y Roque regresaron, ellos
les contaron la historia, pero estos, lejos de alarmarse, se lo tomaron como
una broma que los dos niños habían ideado para pasar la tarde.
Pero esa visita no fue la única que José y Roque
recibieron de los hombres de humo, como los habían llamado. Los años habían
pasado y José y Roque habían olvidado ya aquella historia, pero poco antes de
morir, cuando estaban a punto de dar su último suspiro, los dos hombres se
acercaron a ellos, primero a José y luego a Roque y allí, les cerraron los
ojos.
MK!!
Muchas gracias a todos los que leéis el blog con cada actualización :DD
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