Durante mi etapa universitaria aprendí mucho, en las aulas donde menos. Aprendí a besar a una chica y a ponerme el condón al mismo tiempo (una práctica necesaria y a veces pasada por alto), a beberme medio litro de cerveza de un trago sin vomitar, a ganar un dinero extra en mi tiempo libre (escribiendo los trabajos semestrales a compañeros en mejor situación económica que yo, como era el caso de la mayoría de ellos), a no apoyar al Partido Republicano pese a descender de una familia en la que esa era la tradición desde hacía muchas generaciones, a salir a las calles con una pancarta en alto gritando consignas como "Uno, dos y tres, en vuestra guerra no lucharé" y "Eh, tú, presidente, ¿a cuántos has enviado hoy a la muerte?". Aprendí que uno debe intentar colocarse en la dirección del viento cuando lanzaban gases lacrimógenos, y si no era posible, respirar despacio a través de un pañuelo o una bufanda. Aprendí que cuando aparecían las porras, convenía tenderse de costado con las piernas encogidas contra el pecho y cubrirse con las manos la parte posterior de la cabeza. En Chicago, en 1968, aprendí que la policía podía molerte a palos por bien que te cubrieras.
Corazones en la Atlántida, S.King
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