On Parole

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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Cuentos de terror 6 [La Taberna]

He de decir, antes de nada, que no sé como me he visto implicada en todo esto. No sé si llamarlo error de mi juventud (os asustaría saber cuantos años tengo); aunque no creo que calificarlo de error sea adecuado, conozco a personas que lo han calificado como tal, pero la verdad es que a mi esto me fascinó desde el principio. ¿El qué?, os preguntaréis. Lo que soy. Me fascina lo que soy, me fascina el vivir como vivo. Tienes sus cosas desagradables, como todo en esta vida, pero no me importa, las ventajas son las más. ¿Y qué eres? Os rondará esta pregunta, supongo, os lo diré: Un Vampiro. Y la historia que ahora os voy a narrar es la de como me convertí, la de como vivía antes, como morí y como volví a nacer.

Mi nombre es Eme. Antes era una escritora del tres al cuarto que intentaba lograr un super contrato que me diera la fama, aunque mientras tanto hacía entrevistas a personas sin importancia para un periódico cutre de un pueblo perdido que, paradójicamente, era muy visitado debido a su castillo en el que se cuenta la leyenda de que vivió una dama más sangrienta que la Condesa Elbereth.
Entorno a la leyenda se habían creado grupos de fanáticos formados por gente rara, gente muy rara. Uno de estos fanáticos creo una taberna, un antro que solo abría por las noches y que siempre estaba lleno. En el antro, la gente más variopinta se reunía cada noche para beber y contar relatos de terror, pero no todo el mundo podía acceder a todas las salas de este antro.
El lugar se componía de cuatro salas, pero una de ellas estaba cerrada y solo entraban a ella unas cuantas personas. Las personas que entraban eran las más extrañas de todas; no eran los escritores que, como yo, no tenían donde caerse muertos, ni los jóvenes de estética gótica que veían en el antro reflejadas las vidas de sus ídolos. No. No eran así. Eran gente que vestía elegantemente, gente que no parecía de este siglo, si no de uno o dos atrás. Nunca nadie había visto ese salón situado en el último sótano, la gente debía conformarse con ver a esos hombres y mujeres nada más caer el sol entrar en el bar e irse cuando el sol estaba a punto de nacer.

Un día decidí investigar más sobre esa zona secreta, entonces ocurrió todo. Un día de verano me decidí no entrar en el bar, si no quedarme fuera, esperando a una de esas personas elegantemente vestidas. El primero en aparecer, solo, era un hombre alto, rubio, con los ojos azules fríos y sin brillo, inexpresivos. Con mi determinación de saber lo que allí abajo ocurría, me acerqué a él, nada más verle, el miedo empezó a aparecer, pero no me eche atrás, e intenté que mi voz sonará firme, y lo hizo, o eso es lo que me dijeron, por eso me convirtieron.
-Perdón, me gustaría hacerle unas preguntas-El hombre me miró, su rostro no expresó nada, pero tenía la sensación de que había captado su atención.-Mi nombre es Eme y soy periodista, quería saber si puede ayudarme. Estoy haciendo un reportaje sobre este lugar y solo me falta visitar una sala a la que me ha sido imposible acceder. El camarero me ha dicho que no puede permitirme la entrada a no ser que alguien me invite. He pensado que usted podría ayudarme.
A lo mejor la conversación no fue así, la verdad es que no me acuerdo muy bien, estaba muy nerviosa. Lo que recuerdo es que de pronto estaba en la sala. El hombre se me presentó como Drew, mucho tiempo después me enteré de su historia, pero ahora no hablamos de él, hablamos de mi.
Drew me cogió del brazo y me guió por el bar hasta el sótano en el que día atrás un gorila me había prohibido el paso. El salón era...sigo sin tener palabras para describirlo, no sabía donde parar la vista. Estaba todavía vacío, solo había un camarero elegantemente vestido que limpiaba la barra con aire distraído y que al verme levantó la vista.
-Drew, supongo que hoy no tomarás nada ¿no?-Dijo el camarero mientras le guiñaba un ojo y me miraba.-Aunque tu compañera no sé que tomará.
-Es periodista y esta haciendo un reportaje sobre este lugar, así que responde a sus preguntas y dala lo que pida, que invito yo.
Pedí un vaso de agua y saqué mi boli y mi bloc de notas. No recuerdo nada de lo que hablé con Drew, tampoco anoté nada. Solo sé como amanecí al día siguiente o, mejor dicho, como anochecí. Porque desperté cuando el sol ya había desaparecido, con Drew a mi lado, mirándome con la misma frialdad con la que le conocí. Abrí los ojos y me incorporé.Las sábanas estaban llenas de sangre, pero no vi nada en mi, ni una herida, ni un moraton. Entonces miré a Drew y lo vi, esta vez no me pareció un ser frío, sino que me pareció que irradiaba una luz brillante y que su calor aumentaba y entonces me sonrió...y me enseñó sus colmillos
Lejos de sentir miedo o pánico, o terror, me quedé fascinada. Eran dos pequeños colmillos blancos manchados con un poco de sangre...de mi sangre. Drew me tendió una mano ensangrentada y yo, sin necesidad de que me dijera anda supe lo que tenía que hacer. Chupé su sangre hasta que me retiró la mano, pero yo estaba ansiosa, quería más sangre y Drew lo sabía. Me llevó de caza.

Yo vivía sola, por lo que tardarían tiempo en adivinar que había desaparecido y, cuando lo supieran, ya sería tarde. Ahora han pasado más de cien años y sigo siendo un caso sin resolver, un archivo que algún día desaparecerá.
Cuando yo llevaba ya unos cincuenta años con Drew, este decidió que era hora de irse. Yo me resistí al principio, pero lo entiendo, Drew llevaba existiendo casi desde el principio del mundo y estaba cansado, por lo que había cedido su sitio a Orri, un vampiro de apenas mil años que, a pesar de ser joven para dirigir a todos los vampiros, era muy influyente. Ahora él es mi compañero y el cual me ha dado todos los caprichos que Drew me negaba, como las gemelas de las que me encapriché en Nueva York, y un niño al que salvé en África...Pero ahora solo me queda contemplar el mundo, como cambia, como evoluciona o, más bien, involuciona, y escribir estas memorias que espero que nunca salgan a la luz...

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