Hacía mucho que no escribía en el blog, pero es que las ocupaciones académicas me han tenido muy atareada, es más, ahora mismo debería estar preparando un discurso, pero la verdad es que ya no podía más y necesita relajarme un rato, por eso me he entretenido escribiendo esta historia de terror, género que, últimamente, tengo un poco abandonado, pero a ver si recupero las buenas costumbres y vuelvo a escribir más a menudo.
Espero que os guste esta historia
El
pequeño pueblo estaba solo en muchos kilómetros a la redonda, mucho tiempo
atrás había sido un pueblo grande y próspero, pero actualmente apenas quedaban
cincuenta personas y todas ellas eran de edad bastante avanzada.
Yo
llegué a él de casualidad, pues me perdí según iba a la ciudad más cercana. Era
tarde y llovía y yo me sentía muy cansado, por lo que decidí quedarme a pasar
la noche. Como os podéis imaginar no había ni hostales ni hoteles ni nada, por
no haber no había ni ovejas pero, inmediatamente, los cuatro viejecitos que
estaban sentados en la plaza del pueblo me invitaron a pasar la noche en sus
casas.
De
buena gana acepté la invitación de uno de ellos, el que más me recordaba a mi
abuelo, y me senté a su lado, escuchando las historias de su juventud. Estaban
ansiosos de un público nuevo.
Cuando
el sol comenzó a desaparecer, los cuatro abuelos dijeron que era hora de
regresar a casa y, en ese camino, yo notaba que el hombre se estaba poniendo
cada vez más nervioso. Nada más entrar en su pequeña casa cerró la puerta con
llave y, por fin, respiró tranquilo. Yo, a pesar de mi gran curiosidad, no me
atreví a preguntar el motivo por el que estaba tan nervioso.
Los
dos cenamos solos en un incómodo silencio que rompió mi anfitrión ofreciéndome un
cigarrillo que yo rechacé, estaba dejándolo. El hombre lo encendió con lentitud
y le dio un par de caladas, olvidándolo sobre un viejo cenicero, mientras que
relataba esta historia:
“Cuando
yo era joven, -comenzó- y de eso hace ya muchos años, sucedió la historia que
estoy a punto de relatarte. Una noche como otra cualquiera, un muchacho de mi
edad se escapó de casa. Si no recuerdo mal no teníamos más de quince años y, al
principio, todos pensamos que se había fugado a la ciudad en busca de una vida
mejor, pero estábamos equivocados, muy equivocados.
Cuatro
días después desapareció otro chico y, otra vez, asumimos que se había fugado,
pero esta vez no para encontrar una vida mejor, sino para evitar contraer
matrimonio con la mujer que sus padres habían escogido para él. Esa misma
muchacha desapareció a la semana y media.
Se
acercaba el invierno, y los inviernos en esta zona son crudos, por lo que pocos
nos quedábamos allí, yo fui uno de los que se quedó y uno de los pocos que
sobrevivió, ¡ojalá hubiese podido irme de aquí y evitar ver los horrores que
trajo consigo la primavera!
Una
hermosa mañana una mujer bajó a por agua a la fuente que había en la plaza y
allí los descubrió, todos los jóvenes que habían desaparecido en el invierno
estaban colgados de las ramas del enorme álamo que hay en el centro de la
plaza.
La
policía investigó, pero no lograron encontrar nada, no se sabía lo que había
pasado, ni cómo habían muerto pues, en sus cuerpos, no había ni señales de
maltrato físico ni rastro de veneno, todo apuntaba a muerte natural pero, ¿cómo
habían llegado a las ramas del álamo?
Pero
el suceso no acabó ahí pues durante las siguientes noches muchos fueron los que
juraron que los espíritus de los jóvenes vagaban por las calles del pueblo.
Muchos tratamos de huir, pero nos era imposible, siempre, de una forma u otra, acabábamos
regresando al pueblo, así que nos resignamos y volvimos.”
Cuando
el hombre concluyó su historia encendió otro cigarrillo y lo fumó con calma
mientras yo masticaba sus palabras. Al acabarlo me llevó a la habitación en la
que iba a dormir y él se retiró a la suya. Yo estaba cansado, había sido un día
duro, por lo que en cuanto mi cabeza rozó la almohada me quedé dormido, hasta
que cerca de las cuatro de la mañana me desperté: alguien estaba hablando bajo
mi ventana.
Al
principio no recordaba dónde estaba, pero cuando por fin todos mis sentidos
despertaron, me enfadé, ¿cómo era posible que, después de la historia que el
anciano acababa de contarme hubiese gente armando escándalo en la calle? Indignado,
me asomé y, lo que vi, me aterrorizó: todos los ancianos del pueblo estaban
reunidos allí, pero sus rostros no parecían humanos, estaban borrosos,
difuminados, carcomidos por el tiempo, muertos.
Aquella
procesión de muertos caminaba en círculos mientras recitaba una extraña letanía
y yo, durante unos instantes, estuve tentado de salir tras ellos, pero el miedo
y el sentido común me hicieron recoger mis escasas pertenencias y salir por la
puerta de atrás hacía mi coche.
Cuando
por fin me sentí a salvo en mi viejo todoterreno, pisé el acelerador, aunque
antes de irme miré por última vez atrás y pude ver cómo todos los ancianos se
habían reunido en torno al árbol y alababan a un terrorífico ser.
Nunca
antes había contado esto a nadie, más que nada porque nunca más he sido capaz
de volver a encontrar el pueblo.
MK!