La
noche había caído hacía ya un largo rato, pero en la cueva nadie parecía
haberse dado cuenta, estaba muy ocupados por el hecho de que en la noche
anterior, noche de luna llena, había nacido una niña, era una niña-lobo nacida
en noche de luna llena, era peligrosa, muy peligrosa.
La fuerza de esta niña iba a ser mayor que
la de los demás lobos del grupo y su apetito mucho más voraz, los humanos que
vivían en aldeas cercanas no lo iban a permitir que una niña así viviera cerca
de ellos y, la manada, tampoco.
Los horribles aullidos de los lobos
discutiendo habían espantado a todos los animales del lugar, pero ellos no
habían llegado a un acuerdo sobre qué hacer con la niña. La madre se negaba a
sacrificar a su hija, y los jefes de la manada no se atrevían a matarla por
temor a que una horrible maldición cayera sobre ellos.
Con la llegada del amanecer la euforia de
los lobos había ido disminuyendo, si las noches de luna llena se volvían más
eufóricos y agresivos, imaginaros alguien que había nacido bajo esa luna…
Finalmente la madre decidió irse de la
manada, abandonar a los suyos para evitar que su hija fuera asesinada. Estaba
furiosa, pensaba que no era justo para ella, que su hija solo era un cachorro
recién nacido y que durante un par de años, por lo menos, no haría daño a
nadie, y después, si se le enseñaba, seguiría siendo dócil, pero nadie quiso
escucharla, todos tenían miedo, por eso cuando el sol estaba ya alto, y bajo su
forma humana, la loba salió entre los gruñidos de sus compañeros con la cabeza
bien alta y su hija entre sus brazos.
Los años pasaron, madre e hija estaban
ahora felices en otra manada que no sabían nada de su vida anterior y ni de por
qué habían sido expulsadas de su anterior manada. La lobezno se había vuelto
una loba joven muy fuerte que, con mucho esfuerzo, había logrado aprender a
contener su rabia, parecer una chica normal, aunque su fuerza fuera mayor que
la de los demás.
Se acercaba una noche de luna llena, una
noche muy especial, era su cumpleaños. Ese día su fuerza sería mayor, la luna
ejercería mayor presión sobre su cuerpo y ese día su misión era muy clara,
acabar con el clan que le había repudiado cuando solo era un cachorro de horas…
Llegó a la cueva, la manada seguía allí,
solo había muerto uno de los lobos de los que aquella noche estaba hostigando a
su madre para que se fuera, todos los demás seguían vivos. Con la excusa de que
tenía que ir a ver a un pariente en una manada lejana pidió asilo y los lobos,
sin saber quién era, accedieron. Todos estaban nerviosos, pero ella se mostraba
tranquila, solo notaron algo raro cuando el padre de la loba apareció en
escena, pero no sabían la verdad.
Todos se fueron a dormir, solo quedó la
hoguera milenaria, la hoguera que nunca se apagaba, la hoguera que todo lo
sabía. De pronto unos ojos amarillos surgieron en la noche y, con sigilo, se
acercó a todos los cachorros, asesinándolos cruelmente. Huyó en la noche.
Durante muchos años los aullidos de los
lobos enfadados se oyeron en el valle, mientras que la joven loba, cumplida su
venganza, vivió tranquila, sabiendo que nunca la encontrarían.
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