Christian,
Josef y Walker eran tres jovencitos de no más de diez años que vivían en un
pequeño pueblo de Norteamérica. En verano jugaban en los grandes bosques y
campos que le rodeaban y, en invierno, cuando el frío se colaba en sus huesos,
solían ponerse sus trajes para la nieve y seguían jugando; no se agarraban
nunca un constipado.
Un día
caluroso de verano descubrieron algo que guardarían en sus mentes hasta el día
de sus muertes. Estaban jugando en un descampado cercano a sus casas y al que
iban todos los días pedaleando tan rápido como sus cortas piernas se lo
permitían. Y allí se reunían en “La casa”. “La casa” consistía en cuatro tablas
y cuatro cartones que debían reconstruir, como poco, una vez por semana, pero a
ellos no les importaba, eran niños y con cualquier cosa se lo pasaban bien.
Ese
día, cuando acabaron de reconstruir “La casa” por octava vez en lo que llevaban
de verano, decidieron jugar al escondite. Le tocaba contar a Walter, el cual lo
hacía muy despacio. Cuando acabó fue corriendo a buscar a sus amigos. A Josef
le encontró muy rápidamente, pero no a Christian, el cual al cabo de un rato
salió corriendo en busca de sus amigos, pero entonces pisó una vieja lona
y…¡pluf! Se hundió. Los otros dos salieron corriendo en su ayuda y vieron que
había caído en un pozo muy profundo del cual no veían el fondo. Los niños
empezaron a gritar y, de pronto, oyeron la risa de Christian. Era una risa como
la que oían cuando alguno se llenaba la cara de algodón de azúcar o cuando contaban
un chiste que sólo ellos entendían. Entonces Christian les dijo que bajaran,
que aquello era muy divertido. Josef y Walker tenían sus dudas, pero Christian
parecía estar pasándoselo muy bien, así que, primero Josef y luego Walker, se
tiraron por el agujero. Cayeron por una especie de tobogán que les hizo gritar
al principio y luego reír, cuando llegaron al final, Christian les estaba
esperando. Pasaron toda la tarde jugando en ese lugar, un lugar maravilloso,
lleno de camas elásticas, castillos hinchables y bicis nuevas, pero entonces
llegó el momento de irse a casa, ¿cómo hacerlo? Walker comenzó a llorar
diciendo que él quería irse a casa, que no quería quedarse en ese lugar de por
vida, por muy fantástico que fuera y entonces, como por arte de magia, apareció
una puerta que les llevó directamente a sus casa…
Al día
siguiente volvieron al descampado y buscaron el agujero, alguien había vuelto a
poner la lona en su sitio, pero ellos la quitaron. Y así todos los días hasta
que,poco a poco, comenzaron a crear su ciudad en la que había un parque de
atracciones, un salón de juego y heladerías. Pasaban allí las frías tardes de
invierno y los calurosos días de verano, comiendo helado mientras veían la
última película que habían estrenado en el cine de la ciudad. Pero un día todo
acabó. Ya había crecido, Josef acababa de cumplir los dieciséis y, cuando
fueron al salar y levantaron la lona, no había nada. Donde antes estaba el
agujero ahora ya no había más que un montón de tierra. Pasaron días y días
cavando, pero el tobogán había desaparecido.
¿Será
que ya no eran niños y aquel paraíso ya no era para ellos? Nunca lo sabrán,
pero ellos darían todo por volver a su ciudad secreta aunque solo fuera un día
más.
MK!