Hace mucho, mucho tiempo,
antes de que el mundo fuera mundo en el sentido actual, había un hermoso rincón
escondido entre montañas. Era un pequeño valle verde siempre, incluso cuando el
resto del mundo se cubría de blanco.
En este valle había un hermoso
lago nutrido por una enorme catarata tras la cual vivían unos hombres
primitivos con las caras grotescas, como si hubieran sido moldeadas en barro
por las manos de una persona inexperta, los ojos hundidos y grandes, pelo
negro, enmarañado siempre, desnudos y desconocedores del don de la palabra,
pero con una gran inteligencia, saben diferencias el bien del mal.
No dan las gracias por las
cosas buenas, pero si sienten miedo antes las cosas malas, y saben que eso no
les gusta, el miedo no le gusta a nadie, aunque nosotros tengamos una palabra
para definirlo. Cuando sienten miedo saben que deben hacerlo desaparecer, y
para ellos, la forma de hacer esto es muy sencilla, es llevar a cabo unos
extraños ritos que tiñen de carmín las límpidas aguas del lago.
Cuando el miedo aparece,
sobre todo con las grandes tormentas, estos hombres sin sentimientos, toman a
una de las mujeres del pueblo, a la que drogan, entrando en un profundo y
tranquilo sueño del que raramente llegan a despertar. La muchacha era colocada
en lo alto de un árbol, bajo el cual encendía una hoguera. Traqs esto todo el
pueblo bebía una pócima extraña que les llevaba a otros lugares.
En medio de su éxtasis
comenzaban a danzar mientras emitían gritos tan desgarradores que eran oídos
por todo el valle, haciendo huir a los animales más feroces y bailaban
alrededor del fuego, con las rojas llamas brillando en sus negras pupilas,
mientras la mujer del árbol permanecía dormida.
Cuando estaba exhaustos y el
efecto del bebedizo había desaparecido, apagaban el fuego y bajaban a la chica,
a la que colocaban sobre las cenizas y, así, comenzaban a devorar a su víctima,
a su sacrificio, esperando que ese ritual macabro se llevase todos sus temores.
MK!