Los ojos se me cierran, pero no
quiero dormir. Sé que si lo hago puedo no volver a abrirlos. Las pesadillas
comenzaron hace unos meses, tras visitar una tienda de antigüedades. Siempre
veo lo mismo, estoy yo sola en la tienda, no hay nadie a pesar de que es de
día, la calle está desierta. Llueve. Finas gotas de agua resbalan por los
abarrotados cristales del escaparate y yo no me muevo, sólo miro al frente, a
una estantería en la que no hay nada. Entonces me doy la vuelta y veo a un
hombre. No sé de dónde ha salido, no le he oído llegar.
Es un anciano que parece adorable,
su cara arrugada está enmarcada por una espesa barba blanca y sus ojos son tan
azules como el mar, claros y alegres. Con voz cantarina me pegunta si deseo
algo, pero yo no contesto, me encojo de hombros. Entonces volvía a darme la
vuelta y seguía mirando la estantería hasta que todo se volvía negro, mis ojos
estaban cerrados, no podía abrirles. Yo intentaba gritar, juro que lo intento,
pero la voz no me sale, lo sé porque oigo perfectamente, oigo pasos sobre mí,
oigo voces e intento pedir ayuda, pero no puedo.
De pronto la luz se vuelve a
hacer, y así sucesivamente, el sueño se repite una y otra vez hasta que consigo
despertarme. No se lo comenté a nadie, temía que me tomasen por loca. Un día
opté por volver a la tienda, a lo mejor allí encuentro la solución. Vago por la
ciudad pues no recuerdo dónde estaba. Bueno, mejor dicho, no está donde yo
creía que estaba. ¿Estaban poniendo a prueba mi cordura?
Finalmente la encontré y juro que
estaba donde minutos antes sólo había una casa en ruinas.
La tienda estaba sumida en
penumbra ya que la única iluminación era la que venía de la calle.
-Estamos a punto de cerrar.
Dijo una voz que provenía de más
allá del mostrador.
-No tardaré, lo prometo.
Mi voz sonaba como la de un niño
pequeño. Comencé a investigar en busca de una estantería vacía, pero no había
ninguna, todas estaban abarrotadas de trastos inservibles. Comencé a respirar
tranquila cuando me di la vuelta y la vi. Vi la estantería que poblaba mis
sueños. Lancé un grito y salí corriendo, cuando me di la vuelta ya no había
tienda, sólo una casa en ruinas.
Y así llevo meses y meses, con
miedo a dormir. Sólo lo hago cuando no puedo más y aún en esos momentos
extremos sueño lo mismo una y otra vez. He probado todos los somníferos
existentes y todas las terapias, pero nada surte efecto.
Estas líneas las escribo desde mi
celda. Mi entorno no tardó en darse cuenta de que ya no dormía, de que poco a
poco me estaba volviendo loca, pero yo sé que no es cierto, sé que esa tienda
existe y que está en un pequeño callejón y que sólo se muestra ante algunas
personas, juro que esa tienda quiere quedarse con el alma de las personas que
entran, pero no se quedará con la mía…lo juro.
MK!